Se dice que cuanto mayor es el precio de un producto, mayor es su calidad. La garantía, la durabilidad, la utilidad y la exclusividad también están incluidas en el precio. Si el costo para obtener una mercadería es bajo, enseguida desconfiamos y repensamos si realmente valdrá la pena adquirirla. Pero si aun así lo compramos, ya sabemos que, en breve, necesitaremos arreglarla y, en el peor de los casos, sustituirla.
Todo en la vida tiene su precio, no solo los bienes materiales, sino también las conquistas personales. ¿Cuánto pagaría por un matrimonio estable? ¿Por una carrera de éxito? ¿Por una salud de hierro? ¿Por la paz interior?
Existen aquellos que están dispuestos a sacrificar sus deseos carnales, a buscar a la persona indicada y a seguir los consejos de Dios, mientras que otros prefieren hacer lo que quieren, como entregarse al primero que aparezca y seguir a sus propios corazones.
Pocos invierten en su conocimiento, estudiar y trabajar duro. La mayoría prefiere engañar a su superior, optar por el soborno y pasar por encima de las demás personas.
En nuestro medio, vemos tanto a personas que siguen la Palabra de Dios fielmente como a aquellas que siguen al Señor a Su manera. Por eso existen matrimonios duraderos y fracasados, grandes profesionales y grandes empresarios detrás de las rejas, personas saludables y personas enfermas, vencedores en la fe y religiosos que sufren. La diferencia entre un caso y el otro está en el precio que cada uno tuvo disposición de pagar para alcanzar su objetivo.
¿Cuánto está dispuesto a pagar? ¿El valor alto de la verdad o el precio bajo de la mentira? Es usted quien decide. Y, después, no tendrá el derecho de reclamar por lo que se llevó a su casa.