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Eso es dicho común en nuestros días. Las Escrituras Sagradas nos narran la historia de un hombre rico y un mendigo llamado Lázaro (Lucas 16:19). En ese relato, hay un detalle muy curioso que muchos lectores probablemente no lo advierten. ¿Cuál es? Que cuando se refiere al rico, no se menciona nombre alguno. En cambio, cuando se habla del pobre, sí.

 

Actualmente vemos muchas personas ricas y famosas que tienen una gran condición material para triunfar en la vida, pero se encuentran en la situación del rico: pidiendo auxilio desde un infierno en el cual parecen estar solos.

 

Usted ya pudo saber del caso de varios actores y cantantes que cayeron en depresión y optaron por el suicidio. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Acaso ellos no tenían una vida de ensueño? La respuesta a estas interrogantes es simple: no tenían la verdadera paz, aquella que en Mateo 16:36 se lee: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”. Esa es una pregunta muy escuchaba pero que pocos ponen en práctica en su vida.

 

El rico hacía cada día banquete con esplendidez, era talentoso, pero Lázaro estaba lleno de llagas, podemos decir que imposibilitado de trabajar y de mostrar capacidad. ¿Quién fue bien visto por Dios? ¿El más capaz o el rechazado por todos? Ahora, esto no significa que si tengo talento Dios me rechazará, sino que Su deseo es que nosotros seamos humildes de corazón para poder salvarlos y usarlos. ¿Cómo ha sido usted? ¿Rico en fama y talento, pero espiritualmente pobre?