Waldir Carrazco estaba endeudado con los bancos y el dinero de las ventas no alcanzaba para pagar las cuentas. Así que había que tomar una decisión. Sepa qué hizo.
Texto y fotos: Terelú Chávez
Luego de horas de trabajo en su tienda de ropa D’EL, ubicada en la Galería Plaza Horizonte, en el corazón de Gamarra, Waldir Carrazco hace un alto para atendernos. Llevamos esperándolo varios minutos para entrevistarlo. Con la amabilidad con que trata a sus clientes, nos pide disculpas. Y si la aceptamos. Nos revela que hay días donde él y sus colaboradores deben almorzar al vuelo, porque los clientes ingresan y salen a cada momento de su negocio. Curiosa como toda periodista, le preguntamos a qué cree que se deba ese éxito. Sin dudarlo, Waldir asegura que a los consejos que aprendió en el Congreso para el Progreso del Centro de Ayuda, un lugar a donde llegó luego de ver un programa en RBC televisión.
La vida a Waldir Carrazco no siempre le sonrió. Para lograr la estabilidad económica que hoy goza pasó por varias pruebas. La primera fue en su pueblo natal, Casma. Para ayudar a su padre Rodolfo, tuvo que trabajar desde niño al lado de sus seis hermanos en la chacra. Lo hacía no porque le gustara, sino porque debía ayudar a parar la olla. Al pequeño Waldir le gustaba los estudios.
La segunda prueba fue cuando los médicos le diagnosticaron tuberculosis siendo adolescente. “No sé cómo me enfermé. Lo cierto es que la noticia me desconcertó, ya que para ese entonces pensaba viajar a Lima en busca de un futuro mejor”, nos cuenta Waldir quien logró superar dicho mal luego de un tratamiento.
Con solo 17 años, un día Waldir partió a la capital en busca de hacer realidad su sueño: ser jefe de su propio negocio. Estando en Lima se contactó con Mauro, un primo suyo que tenía un taller de confección y que justo precisaba de un ayudante.
“Comencé pasando telas. El salario por esos días solo consistía en propinas y almuerzos. Pero eso no me importó. Era consciente que los inicios son duros”.
A los tres meses de estar trabajando, la oportunidad que Waldir estaba esperando se presentó. Su primo, que ya veía en él un gran potencial, le encargó coser las prendas. Poco a poco, preguntado a los maestros de la confección, aprendió a diseñar polos, camisas y bermudas. Incluso empezó a innovar. La vida le sonría. Pero esa sonrisa solo duró cinco años.
Waldir con dinero en los bolsillos se dejó llevar por amistades que lo sumergieron al mundo del alcohol. Cada semana iba a fiestas en busca de diversión. Por esa razón, reconoce, no pudo ahorrar. Había que empezar de nuevo. Otra prueba que la vida le ponía enfrente.
A la edad de 25 años, comenzó su primer negocio de taller de confecciones junto a un socio. El primer año todo marchó bien, pero en el segundo ambos decidieron separarse. Waldir hasta ahora no comprende el porqué.
Decidido a no amilanarse por la adversidad, continuó con su taller y logró comprar algunas máquinas pidiendo préstamos a los bancos.
“Las ventas no eran tan buenas como yo esperaba. Las ganancias apenas alcanzaban para pagar las cuentas. En esas circunstancias una noche vi por la televisión el testimonio de una persona que contaba que había logrado triunfar en su negocio luego de asistir al Congreso para el Progreso. Bueno, me dije, si él lo pudo lograr, por qué yo no. Así que decidí ir y pienso que fue la mejor decisión que tomé”, revela Waldir, hoy con 40 años.
Han empezado a llegar clientes a su local, y Waldir debe atenderlos. Al igual como nos recibió, se despide amablemente de nosotros. Tras escucharlo por casi media hora, no me cabe duda que estuve frente a un hombre ganador.