A lo largo de los años, la palabra de las personas ha ido perdiendo valor. En los días actuales es común ver a personas engañando, y hasta jurando por Dios promesas que mayormente nunca cumplirán. Como resultado, tienen una vida triste y se sienten sin valor por no ser respetadas, ya que nadie respeta a quien no cumple su palabra.
Hace muchos años, los creyentes compartían el dinero obtenido de la venta de sus bienes a los apóstoles (Hechos 4:34). Un día, un hombre llamado Ananías vendió una propiedad, pero se quedó con parte del dinero. Usted puede decir, ¿no tenía él derecho a quedárselo ya que era suyo? La verdad es que sí era su dinero; sin embargo, ya no tenía más derecho sobre él pues lo ofreció al servicio de Dios. En ninguna parte se dice que Ananías fue obligado a vender sus bienes, pero él decidió hacerlo.
Dios no obliga a nadie a seguirlo, ni a hacer promesas. Quien decide hacer un voto con Dios es el propio ser humano. Pero un voto es algo muy serio. Por eso hay cientos de personas dentro de las iglesias con la vida destruida. Pues solo prometieron entregar sus vidas, pero no lo cumplieron. No renunciaron al rencor, odio, a la mentira y a la hipocresía.
Y aún peor, el no sacrificar no les permite ser llenas de la presencia de Dios. Por consiguiente, son depresivas, vacías y sin rumbo, y no aptas para ser verdaderamente felices.
Dios no acepta a nadie por la mitad porque Él no se entrega por la mitad a quienes lo buscan con sinceridad. ¿Usted ha sido feliz verdaderamente? ¿Su infelicidad no tendrá relación con el poco cuidado que ha tenido con sus palabras a Dios? Piense en ello y tome una actitud.