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Todo el mundo sabe que el miedo forma parte del ser humano. El rico tiene miedo de empobrecer, y el pobre, de no tener condiciones para sustentar a la familia; los saludables, por su parte, tienen miedo de enfermarse, y los enfermos, miedo de morir; las solteras tienen miedo de la soledad; los traidores tienen miedo de ser descubiertos; los malhechores tienen miedo de caer presos; y los políticos tienen miedo de perder elecciones. Y así podría continuar.

Como vemos, de alguna forma, el miedo está presente en la vida de todos. Unos más, otros menos. Pero todos cargan ese sentimiento. Incluso, los más cercanos a Dios tenían sus miedos. Abraham tuvo miedo de que lo mataran a causa de su mujer; con Isaac no fue diferente; Jacob huyó con miedo de su hermano Esaú; Moisés huyó de Egipto con miedo del Faraón; Gedeón temió destruir el altar de su padre durante el día; David tuvo coraje para enfrentar a Goliat, pero huyó de su hijo Absalón; el gran profeta Elías temió a las amenazas de Jezabel y huyó al desierto.

En toda la historia de la humanidad, el único que no tuvo miedo fue Jesús. Enfrentó a los opositores y a la muerte sin esbozar ningún recelo. ¿Por qué? Porque estaba lleno de la presencia de Dios. Estar lleno de la presencia de Dios significa estar vacío de miedo. ¿Cómo es posible estar lleno de Su presencia? Cuando la mente está 100 % ocupada por los Pensamientos de Dios, Su Palabra.
Esa es la razón de la orden: “…sed llenos del Espíritu…” (Efesios 5:18). Lleno del Espíritu significa ausencia de toda y cualquier influencia de este mundo. Inclusive de sus miedos y amenazas.