Una cosa es el lugar del sacrificio y otra es el sacrificio. El monte Calvario fue el lugar escogido por Dios para el más puro sacrificio: Jesús. Los patriarcas edificaban un altar de piedra y hacían sus ofrendas de sacrificio; Moisés edificó un Tabernáculo móvil para que los hijos de Israel ofreciesen sus ofrendas y sacrificios; Salomón edificó el Templo para que los hijos de Israel hiciesen sus ofrendas de sacrificios.
Los sacrificios no podían ser realizados en cualquier lugar, sino en el lugar que Dios escogiere. La falta del Templo ha impedido que Israel ofrezca sacrificios al Señor. Desde entonces, los judíos aguardan ansiosamente la reconstrucción del lugar de sacrificios para volver a esta práctica. “Y apareció el Señor a Salomón de noche, y le dijo: Yo he oído tu oración, y he elegido para Mí este lugar por casa de sacrificio”. (Crónicas 7:12). Mientras que no haya Templo, los judíos no pueden sacrificar, y sin el sacrificio no hay comunión con Dios. ¿Por qué la necesidad del sacrificio?
El Altar representa físicamente el Trono del Altísimo, y la ofrenda de sacrificio en el Altar representa al pueblo de Dios. Por lo tanto, en el Altar sucede la comunión de la Santísima Trinidad con Sus Hijos.
Dijo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo [sacrificio], tome su cruz [sacrificio] y sígame [sacrificio]”. (Mateo 16:24). Quien quiere ser salvo tiene que ser el propio sacrificio y estar siempre en el Altar. ¿Quién quiere ser el sacrificio?