En la actualidad, hay personas que gustan ostentar lo que han conseguido. Y no solo en el campo económico, sino también en lo académico, familiar, etc. Esta gente vive cegada por el orgullo.
Ese orgullo que hace que el hombre no acepte el consejo de nadie.
Sin embargo, con Dios, ese orgullo, mi amigo, no funciona.
El decidir servir a Dios nos da oportunidades para sobresalir. Pero quien pertenece a Dios no espera ser reconocido, ni se enorgullece de sí mismo porque esto no agrada a Dios.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón… (Mateo 11:29).
Estas palabras del propio Señor Jesús para nosotros nos invitan a aprender de Él, y déjeme decirle que el verdadero humilde sabe que necesita de Dios.
¿Cómo saber si es humilde? Vea su actitud. Quien es humilde obedece la Palabra de Dios. Cuando somos humildes, nos arrepentimos de nuestros pecados y errores. La lógica de Dios es cuanto más tengo, menos soy.
Si usted analiza la vida de Abraham, verá que él no es reconocido por los milagros, sino por su carácter y fe. Cuando Dios habló con él y le dijo que saliese de su tierra, Abraham no cuestionó Su voz. Él obedeció y Dios le mostró la tierra. Abraham no esperó ver la tierra de la que Dios le hablaba para confiar y actuar. Él confió en Su palabra. ¿Cómo no agradarse de ello? A Dios le encantan los humildes.
¿Quieres que tu vida avance? Entonces haz algo diferente. Sal de tu tierra como lo hizo Abraham. Sal de tu zona de confort y avanza.
Cuanto más tengo, menos soy.